Cuando entro en una habitación, mi discapacidad siempre va un paso por delante. Mi silla de ruedas eléctrica no me da ningún lugar donde esconderme de la intriga palpable que flota en el aire, y he perfeccionado una dulce sonrisa en respuesta a los ojos que inevitablemente se deslizan en mi dirección cuando paso. Me digo a mí mismo que debe ser mi lindo atuendo, pero la realidad es que tener una discapacidad muy visible define mi vida interpersonal y es una lente a través de la cual interactúo con el mundo que me rodea.
Existo en la intersección de los estereotipos profundamente arraigados en la sociedad sobre la discapacidad, mi propia discapacidad internalizada y mi identidad además de mi diagnóstico de atrofia muscular espinal (AME), pero la visibilidad de mi discapacidad significa que esta última está enmarcada para siempre por mis cuatro ruedas.